Este blog refleja mis vivencias como maestra de baile desde hace mas de treinta años y algunas reflexiones a las que me ha llevado mi edad y mis experiencias personales.
Espero que estos textos os hagan pensar y que algunas personas los encuentren enriquecedores para su vida y su profesión.



domingo, 15 de octubre de 2017

SER MAESTRO, UNA PROFESIÓN AGRIDULCE


 
Todo profesor, a lo largo de su vida profesional, da cientos de horas de clases, tal vez miles. Es una transacción comercial, en la que intentas hacer tu trabajo lo mejor posible, quieres que tus alumnos aprendan, a la vez que lo pasan bien. Los alumnos esperan de todo buen profesor, que les haga fácil el trance de aprender algo nuevo, sea lo que sea tiene que ser fácil y divertido, esas son las reglas del juego.

Si esperas ganarte la vida con este oficio, aceptas el reto y utilizas todos tus recursos para alcanzar a esos alumnos que, en el mejor de los casos, están en tus clases dos o tres años y luego siguen su camino.

Es ley de vida, un ciclo sin fin, en el que vuelves a empezar una y otra vez, guardas la pena de la despedida, y recibes con los brazos abiertos a ese nuevo alumno que empieza lleno de ganas.

Cuando empiezas a enseñar, todo es una ilusión, es emocionante aprender como se dan las clases, investigas y aprendes a tu vez. Le sigue una etapa de expansión, donde abres tu mente a todo lo que te pueda hacer crecer, tanto a nivel personal, como en tu faceta de profesor. Ver como logras tus objetivos es un orgullo, normalmente, ese momento profesional, transcurre en tu etapa de juventud madura. La gente te ve bien tanto física como profesionalmente y si eres una persona creativa, es un momento de gran satisfacción personal.

Cada nuevo ciclo de alumnos es una nueva oportunidad de aprender, un nuevo reto, pero pronto todo eso, se vuelve rutina. Los alumnos parecen los mismos, solo un poco menos disciplinados y con menos ganas, cosa que va quemando a ese profesor que aún necesita tener estímulos.

Entre los docentes académicos, esta etapa de rutina y cansancio, puede acabar en un cambio de profesión, o lo mas probable, en alguna que otra baja por depresión.

Los profesores de baile no tenemos esas opciones, está claro que puedes dejar el mundo del baile y dedicarte a otra cosa, esa opción siempre existe, pero quien ha bailado, sabe que esto es una droga que se te mete en la piel y ya no te puedes librar. Muchos profesores de baile, vienen de una vida profesional como bailarines, o por lo menos de haberlo intentado, las clases casi siempre son un plan B, por lo que la decisión de dejarlo, no es fácil, sería un segundo fracaso, por no hablar que muchos, a estas alturas de sus vidas, piensan que no pueden hacer otra cosa.

Todo el mundo necesita estímulos para levantarse de la cama cada día, los ciclos vitales se imponen y es imposible no plantearse a quien pasar esa herencia, esos conocimientos que tanto te ha costado aprender. En ese momento surge la figura del Maestro. Esa persona de mediana edad que ha acumulado respeto profesional, experiencia y unos conocimientos, que alguien debería querer aprender, como un tesoro que pasa generación tras generación.

Yo nací en una época donde existían los oficios, y estos se transmitían de padres a hijos, había la figura del “Aprendiz”, ese jovencit@ ávido de aprender, que estaba junto al profesional intentando recibir toda su sabiduría. Yo misma fui aprendiz junto a mi Maestra Mercedes Quesada y luego, recibiendo todo lo que me podían dar los profesores y maestros que tuve a lo largo de mi vida. Reconozco que tuve suerte al nacer en una generación en la que todavía estaban activ@s muchas figuras del mundo del Baile y pude aprender de ellos.

A lo largo de mi vida profesional, siempre he sentido la necesidad de transmitir lo que se, a mis alumnos. Algunos profesores son celosos de sus secretos, yo me siento feliz cuando veo a un alumno triunfar, y que lo hace porque yo le he enseñado. Lo que ocurre es que para que exista un “Maestro” tiene que haber un “Discípulo”.

Dicho así parece obvio, pero en la sociedad que vivimos, es casi “Misión imposible”. Vivimos un “Mundo al revés”, donde lo que antes se llamaba sabiduría, hoy se llama ser viejo y desfasado. Los jóvenes piensan que todo lo han inventado ellos, se les educa para tener un “Ego” por las nubes, donde ser agradecido, es un signo de debilidad y reconocer que alguien les enseñó, es como decir que ellos no son validos, por lo tanto, inaceptable.

En esta sociedad se valora la juventud por encima de la sabiduría, si tienes mas de treinta y cinco años ya estás en declive, cuando llegas a los cincuenta eres un “viejo al que se le está hiendo la olla” y a partir de esa edad, la pregunta es ¿Cuando te jubilas?

¿ESTAMOS LOCOS????

De verdad que no lo puedo entender, no entiendo esa presunción de algunos alumnos que borran de sus vidas y sus memorias, a los Maestros que les enseñaron, y dicen que aprendieron solos. Esas personas que se visten con las plumas del pavo, haciendo suyo lo que otros les regalaron.

Como decía antes, yo me siento orgullosa cuando uno de mis alumnos sale adelante. Me encanta ese momento en el que oyes a un alumn@ tuyo dar clase y escuchas una de tus frases, o le ves enseñar ese paso que tanto te costó que entendiera. Ese es un momento de gran satisfacción, le has regalado lo que a ti te costó tanto aprender y ves que a pesar de las luchas diarias, de las peleas y malos momentos, esa persona ha aprendido de ti y a su vez lo está enseñando. En ese momento te sientes “un Maestro”. La misma satisfacción se siente cuando uno de tus alumnos triunfa en el escenario o en cualquier otro sector de la vida, porque en ese momento, sientes que un poco de ti, sigue vivo en esa persona.

 
Esa es la evolución que todos los Maestros desearíamos, pero, por desgracia, esta sociedad no educa para eso, mas bien todo lo contrario. Se les enseña a repudiar al Maestro, ese alumno que te debería hacer sentir que vives en él, se avergüenza de reconocer como y con quien aprendió, te borra de su historia, y si puede, te pisotea por el camino.

Los jóvenes de esta generación necesitan vivir en manadas, donde el mas fuerte triunfa y los ancianos son alejados como si tuvieran la peste. Se sienten fuertes, solo rodeados por otros como ellos, el corazón se lo guardan en un bolsillo y viven según los cánones actuales del triunfador.

No se dan cuenta, que la vida es muy justa, y el joven de hoy es el anciano de mañana, dicen que “el Carma pone las cosas en su lugar”, no lo dudo, lo he visto en numerosas ocasiones, pero el Carma no cicatriza las heridas de ese Maestro despreciado en la plenitud de su vida, como si fuera un trapo viejo. Tal vez el alumno, al vivir lo mismo, aprenda cual fue su error, pero eso no me vale, si me hiciera feliz estaría deseando vengarme y no es lo que quiero. Es una pena que el hombre sea un “Animal” tan tonto que aprenda siempre tarde. No se puede volver en el tiempo y recuperar esos momentos perdidos, “todo lo que me quedó por aprender”.

Ser Maestro es un regalo que recibes de alguien que amaba su profesión, y te hizo que la amaras, un legado que se transmite, no se compra. Puedes pagar un millón de clases, pero si no hay alguien que te quiera enseñar, pasas por ellas como llegaste.

Muchos bailarines llegan a un punto en el que dicen “Estoy bloqueado, no consigo avanzar” se frustran y generalmente entran en un bucle, del que pocos salen. Mi opinión es que todos los bailarines antes o después, llegan a ese momento de “Ego” en el que piensan que sus Maestros ya no les pueden enseñar. Que ellos saben mas y que lo que se les dice es una perdida de tiempo. Ese momento, que parece no tener importancia, ha acabado con la carrera de muchas personas que, imbuidas de esa supuesta “Sabiduría”, dejan de aprender.

Los que habéis sido Maestros, me entenderéis, ese es el momento mas frustrante de un profesional, ves como todos tus esfuerzos no sirven para nada y cuanto mas intentas tirar de ese alumno mas te desprecia, es triste pero no te queda mas remedio que dar un paso atrás y ver como tu trabajo se va a la porra.

Ser Maestro es una vocación, es la mejor profesión del mundo cuando das con ese alumno agradecido, pero también es la mas frustrante, cuando ves tus esfuerzos diluirse en el “Ego” de ese alumno presuntuoso. Tengo cincuenta y cinco años muchos alumnos a mi espalda, no cambiaría mi trabajo por ningún otro, pero reconozco que hay momentos en los que me pregunto si tanto esfuerzo merece la pena.

La respuesta, es la que supongo habrán dado otros muchos maestros:

SOY MAESTRA, ES LO QUE SE HACER Y SI SOLO UNO DE MIS ALUMN@S, HABRÁ APRENDIDO DE MI, HABRÁ MERECIDO LA PENA.

 

¿SERÁS TU ESE ALUMN@?