Este blog refleja mis vivencias como maestra de baile desde hace mas de treinta años y algunas reflexiones a las que me ha llevado mi edad y mis experiencias personales.
Espero que estos textos os hagan pensar y que algunas personas los encuentren enriquecedores para su vida y su profesión.



viernes, 16 de octubre de 2015

Final de una etapa... Y el ciclo vuelve a empezar


Año tras año desfilan por una escuela infinidad de personas, la señora que pregunta, el niño que le quitan porque no estudia y la niña cuyos padres no tienen tiempo para ella, pero también ves al alumno fiel que lleva años contigo y a la alumna que absorbe tus enseñanzas con verdadera avidez.

Unos vienen, otros se marchan, unos dejan mas huella y otros pasan por la escuela sin mas. El día está fragmentado en un montón de pequeñas parcelas de entre una hora y hora y media, en las que el ciclo empieza y termina, como si fuese un especie de paréntesis en la caótica vida ciudadana.
Durante esa escasa hora el alumno espera de ti que le diviertas, le hagas desconectar de la dura jornada y además que le enseñes algo, a... por cierto, todo esto con una sonrisa como si el resto del mundo no existiera.
Si eres un poco empático sientes como fluye la energía de la gente, como ese estrés se va diluyendo y poco a poco logras el objetivo, el alumno se va a casa renovado y tu te dispones a empezar un nuevo ciclo, otra hora de “Renovación”.
Dicho así suena casi normal, pero os puedo asegurar, que si de verdad te importa lo que haces, no es nada fácil. Ser un buen maestro para mi no es solo enseñar esos pasos del estilo de moda, es establecer ese intercambio emocional, con cada uno de esos alumnos que pasan por tus manos cada día. Es un vaivén constante de emociones y agotamientos, que al cabo del día, te deja exhausto.
Año tras año vas creando el habito, cada vez resulta mas sencillo, pero tienes que luchar contigo mismo para no convertirlo en rutina.
Creas cosas nuevas, inventas pasos o fusionas esa disciplina de moda con algo creativo que te permite innovar. Vas luchando con la monotonía, con el tedio de treinta años de profesión, que si bien son un orgullo también son un lastre.
No me quiero desviar del argumento, pero prometo escribir un articulo sobre como te ven tus alumnos cuando ya no eres un jovenzuelo.
No voy a decir que todos los alumnos te dejan huella, pero generación tras generación siempre surge ese alguien especial que un día se dirige a ti y te dice “Quiero dedicarme a Bailar”
En ese momento pasa un Sunami por tu cabeza, piensas:
¡Ho no! ya estamos otra vez, en décimas de segundo pasan mil ideas por tu cabeza. Te preguntas ¿Esta persona lo va a aguantar?, sabes que es una carrera dura llena de baches y no todo el mundo puede salir adelante. Piensas ¿Con lo mal que está la profesión, como le embarco en un reto semejante?, ser responsable de una decisión así no es nada fácil, para que un alumn@ baile de verdad, es un compromiso mutuo a largo plazo, el alumn@ tiene que querer y librar su batalla personal, con su familia, entorno y con él mismo. Pero tu, como profesor, te embarcas en un reto, que por experiencia sabes que no vas a salir bien parado.
Horas y horas de trabajo duro, noches sin dormir y muchos quebraderos de cabeza para que al final ..... novias, estudios, amigos o quien sabe que, esa persona que parecía tan decidida deja el baile y todo tu esfuerzo se esfuma en el aire.
Cada curso es mas duro que el anterior, cada año en Septiembre, te cargas de esa energía positiva que se necesita para dar las clases, y cada curso ves como esa gente que ha florecido en tus manos desfila hacia la puerta con la incógnita, volverán, no volverán.
Te da una rabia infinita ver que todo tu esfuerzo se va de vacaciones, se aleja irremediablemente y a ti te que da solo la incertidumbre de enfrentarte a un nuevo curso.
Es un vaivén que todo profesor conoce y que muchos entenderán lo que se siente.
Por un lado, el cansancio del curso, te hace desear tomarte también tu, unas vacaciones, pero sabes que en verano también se come y que si no sigues trabajando no pagas las facturas. Por otro lado, sientes un inmenso vacío interior al despedirte de tanta gente, con la que de alguna manera, has llegado a conectar.
Año tras año, el mismo desgaste emocional y año tras año, te repites, ¡No puedo más!, el año que viene tiene que ser diferente, pero sabes que no va a ser así, las clases funcionan gracias a esa conexión, si la rompes, se rompe la magia.
De alguna manera, esos alumn@s especiales, esos alevines de Bailarín, son los que te hacen encontrar las fuerzas para seguir adelante.
Año tras año, vuelcas tus energías para que esas personas sean cada vez mejores, para que aprendan tus trucos y tus secretos. En tu interior algo te dice “Vaya guantazo que te vas a llevar” pero tu sigues empecinada en enseñar. Cabezonería, adicción o vocación, me lo he preguntado muchas veces, yo creo que un poco de cada, pero ser maestro es pura vocación.
Poco a poco te vas involucrando y en algunos casos llegas a ser casi una madre. Yo si lo pienso debería tener carné de familia numerosa. Te dices a ti misma, es por una buena causa, esta vez va a ser diferente, pero el tiempo pasa y tu vas viendo como se acerca el momento, ese fatídico momento en el que tu alunm@ te dice “Ya no se si quiero Bailar, el baile era divertido, pero ahora es muy duro y ya no se si quiero seguir”.
En ese momento, suenan todas las campanas de alerta que tienes en tu cabeza. Llegó el día, y te vas preparando física y emocionalmente para despedirte de esa persona, que es como un hij@ y que sabes que vas a perder.
Es un proceso lento y doloroso, en el que ves como tu discipul@ se va alejando. Lo ves claro, aun así haces los últimos intentos de luchar por esa persona, pero un día ves que la decisión está tomada, has perdido la batalla.
Ese es uno de los momentos mas duros si de verdad eres un maestro al que le importa su trabajo. Si tu alumn@ se va a otra escuela, te dará rabia, pero por lo menos otra persona podrá terminar tu trabajo, pero si lo deja, todo ese esfuerzo habrá sido en balde.
Es cíclico e inevitable, una y otra vez te dices a ti mismo, esta vez no voy a caer, pero los maestros que lo habéis sido por vocación, me entenderéis, es una trampa mortal en la que se acaba cayendo varias veces en la vida.
Con la pena en el corazón, miras para adelante y empiezas un nuevo día, con esa sonrisa que acostumbras poner en las clases y que esconde que estás hecho polvo por dentro.
Tardarás un poco en volver a juntar los pedazos, pero la vida sigue, tu sabes que has luchado, y eso hace que tu conciencia esté tranquila. Te miras al espejo, es inevitable preguntarte mil cosas, pero si puedes mirarte a la cara y decir “He hecho todo lo que estaba en mis manos”, sabrás que un nuevo día se abrirá ante tus ojos, esos ojos que esconden las lagrimas, para dar una nueva clase.
 

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