Año tras año desfilan por una escuela
infinidad de personas, la señora que pregunta, el niño que le quitan porque no
estudia y la niña cuyos padres no tienen tiempo para ella, pero también ves al
alumno fiel que lleva años contigo y a la alumna que absorbe tus enseñanzas con
verdadera avidez.
Unos vienen, otros se marchan, unos dejan mas
huella y otros pasan por la escuela sin mas. El día está fragmentado en un
montón de pequeñas parcelas de entre una hora y hora y media, en las que el
ciclo empieza y termina, como si fuese un especie de paréntesis en la caótica
vida ciudadana.
Durante esa escasa hora el alumno espera de
ti que le diviertas, le hagas desconectar de la dura jornada y además que le
enseñes algo, a... por cierto, todo esto con una sonrisa como si el resto del
mundo no existiera.
Si eres un poco empático sientes como fluye
la energía de la gente, como ese estrés se va diluyendo y poco a poco logras el
objetivo, el alumno se va a casa renovado y tu te dispones a empezar un nuevo
ciclo, otra hora de “Renovación”.
Dicho así suena casi normal, pero os puedo
asegurar, que si de verdad te importa lo que haces, no es nada fácil. Ser un
buen maestro para mi no es solo enseñar esos pasos del estilo de moda, es
establecer ese intercambio emocional, con cada uno de esos alumnos que pasan
por tus manos cada día. Es un vaivén constante de emociones y agotamientos, que
al cabo del día, te deja exhausto.
Año tras año vas creando el habito, cada vez
resulta mas sencillo, pero tienes que luchar contigo mismo para no convertirlo
en rutina.
Creas cosas nuevas, inventas pasos o fusionas
esa disciplina de moda con algo creativo que te permite innovar. Vas luchando
con la monotonía, con el tedio de treinta años de profesión, que si bien son un
orgullo también son un lastre.
No me quiero desviar del argumento, pero
prometo escribir un articulo sobre como te ven tus alumnos cuando ya no eres un
jovenzuelo.
No voy a decir que todos los alumnos te dejan
huella, pero generación tras generación siempre surge ese alguien especial que
un día se dirige a ti y te dice “Quiero dedicarme a Bailar”
En ese momento pasa un Sunami por tu cabeza,
piensas:
¡Ho no! ya estamos otra vez, en décimas de
segundo pasan mil ideas por tu cabeza. Te preguntas ¿Esta persona lo va a
aguantar?, sabes que es una carrera dura llena de baches y no todo el mundo
puede salir adelante. Piensas ¿Con lo mal que está la profesión, como le
embarco en un reto semejante?, ser responsable de una decisión así no es nada fácil,
para que un alumn@ baile de verdad, es un compromiso mutuo a largo plazo, el
alumn@ tiene que querer y librar su batalla personal, con su familia, entorno y
con él mismo. Pero tu, como profesor, te embarcas en un reto, que por
experiencia sabes que no vas a salir bien parado.
Horas y horas de trabajo duro, noches sin
dormir y muchos quebraderos de cabeza para que al final ..... novias, estudios,
amigos o quien sabe que, esa persona que parecía tan decidida deja el baile y
todo tu esfuerzo se esfuma en el aire.
Cada curso es mas duro que el anterior, cada
año en Septiembre, te cargas de esa energía positiva que se necesita para dar
las clases, y cada curso ves como esa gente que ha florecido en tus manos
desfila hacia la puerta con la incógnita, volverán, no volverán.
Te da una rabia infinita ver que todo tu
esfuerzo se va de vacaciones, se aleja irremediablemente y a ti te que da solo
la incertidumbre de enfrentarte a un nuevo curso.
Es un vaivén que todo profesor conoce y que
muchos entenderán lo que se siente.
Por un lado, el cansancio del curso, te hace
desear tomarte también tu, unas vacaciones, pero sabes que en verano también se
come y que si no sigues trabajando no pagas las facturas. Por otro lado,
sientes un inmenso vacío interior al despedirte de tanta gente, con la que de
alguna manera, has llegado a conectar.
Año tras año, el mismo desgaste emocional y
año tras año, te repites, ¡No puedo más!, el año que viene tiene que ser
diferente, pero sabes que no va a ser así, las clases funcionan gracias a esa
conexión, si la rompes, se rompe la magia.
De alguna manera, esos alumn@s especiales,
esos alevines de Bailarín, son los que te hacen encontrar las fuerzas para
seguir adelante.
Año tras año, vuelcas tus energías para que
esas personas sean cada vez mejores, para que aprendan tus trucos y tus
secretos. En tu interior algo te dice “Vaya guantazo que te vas a llevar” pero
tu sigues empecinada en enseñar. Cabezonería, adicción o vocación, me lo he
preguntado muchas veces, yo creo que un poco de cada, pero ser maestro es pura
vocación.
Poco a poco te vas involucrando y en algunos
casos llegas a ser casi una madre. Yo si lo pienso debería tener carné de
familia numerosa. Te dices a ti misma, es por una buena causa, esta vez va a
ser diferente, pero el tiempo pasa y tu vas viendo como se acerca el momento,
ese fatídico momento en el que tu alunm@ te dice “Ya no se si quiero Bailar, el
baile era divertido, pero ahora es muy duro y ya no se si quiero seguir”.
En ese momento, suenan todas las campanas de
alerta que tienes en tu cabeza. Llegó el día, y te vas preparando física y
emocionalmente para despedirte de esa persona, que es como un hij@ y que sabes
que vas a perder.
Es un
proceso lento y doloroso, en el que ves como tu discipul@ se va alejando. Lo
ves claro, aun así haces los últimos intentos de luchar por esa persona, pero
un día ves que la decisión está tomada, has perdido la batalla.
Ese es
uno de los momentos mas duros si de verdad eres un maestro al que le importa su
trabajo. Si tu alumn@ se va a otra escuela, te dará rabia, pero por lo menos
otra persona podrá terminar tu trabajo, pero si lo deja, todo ese esfuerzo
habrá sido en balde.
Es
cíclico e inevitable, una y otra vez te dices a ti mismo, esta vez no voy a
caer, pero los maestros que lo habéis sido por vocación, me entenderéis, es una
trampa mortal en la que se acaba cayendo varias veces en la vida.
Con la
pena en el corazón, miras para adelante y empiezas un nuevo día, con esa
sonrisa que acostumbras poner en las clases y que esconde que estás hecho polvo
por dentro.
Tardarás
un poco en volver a juntar los pedazos, pero la vida sigue, tu sabes que has
luchado, y eso hace que tu conciencia esté tranquila. Te miras al espejo, es
inevitable preguntarte mil cosas, pero si puedes mirarte a la cara y decir “He
hecho todo lo que estaba en mis manos”, sabrás que un nuevo día se abrirá ante
tus ojos, esos ojos que esconden las lagrimas, para dar una nueva clase.
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